La ambición de la plataforma de ‘streaming’ y la calidad de la obra de Cuarón han puesto en cuestión el modelo de exhibición en salas.
Cuando a Alfonso Cuarón le preguntaron si distribuir la película a través de Netflix le había perjudicado, por la oposición de las salas, desafió: “¿Cuántos cines comerciales habrían exhibido una película en blanco y negro, hablada en español y mixteco, y sin ninguna estrella (de no ser por Netflix)? ¿Por qué no tomas la lista de películas extranjeras estrenadas en EE UU este año y comparas por cuánto tiempo fueron exhibidas? ¿Cuántas fueron estrenadas en 70 milímetros?”.
Y tiene toda la razón. Roma ha tenido una distribución en salas en Estados Unidos impensable para una película prácticamente de arte y ensayo y en una lengua extranjera. Impensable, además, por la oposición radical de las grandes cadenas de exhibición a poner una película en sus salas al mismo tiempo que estaba disponible en la plataforma de streaming. Netflix quería ser un estudio grande, y ganar oscars, sin cambiar su modelo de negocio. Para poder optar a premios de cine tenía que estrenar en salas. Lo hizo, y al mismo tiempo provocó un debate que acabará trayendo su propia solución. Con diez nominaciones al Oscar y 900 salas en todo el mundo, parece estar ganando el debate.
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